Un calor característico que siempre odié de Sunagakure. Un día asquerosamente común, soleado y pesado. Brisas bruscas, que no lograban aliviar mucho el calor sofocante diario, el ruido infernal de las aves carroñeras volando en círculos esperando que alguien caiga de insolación y poder quizás, solo quizás, almorzar carne fresca. El ruido de la gente, el olor a arena, el sudor, varias de las cosas que más me molestaban, era muy cansado para mí estar en esa aldea, además de que me daba un amargo sabor de boca con el tan solo ver un hogar, niños jugando con sus madres… Estúpido destino cruel.
Podía reafirmar aquello, pero más que nada me había hecho un favor por primera vez en la vida. Mi día había comenzado por entrar al edificio del Kazekage a ver a mi tío; mi antiguo maestro se encontraba en misión, por lo cual no lo saludé en la puerta hoy, y entré nada más porque se les había asignado a los centinelas darme la entrada libre apenas me vieran con intenciones de entrar, y ser escoltado hasta la oficina de Ryusen, sin capucha, nuevamente, ya que al parecer a toda la gente le encantaba reprenderme por ello, toda la gente de este lugar se había vuelto una amargada total.
Comencé a caminar nuevamente por el interior de barro del edificio del líder de Sunagakure, con tal confianza como si el lugar fuera mío, con la mitad inferior del rostro oculta, la cabeza un poco gacha y mirando hacia adelante. Varios pasillos y escaleras; el lugar parecía no cambiar. Hoy me parecía más grande que nunca, al no estar siguiendo a toda prisa a un mastodonte como lo era aquél Jounnin que me acompañó en mi primera misión desde que había llegado, siendo mis pasos y el eco de éstos lo único que podía escuchar aparte de mi respiración un poco alterada. Pronto me vería con el viejo nuevamente, y era obvio que me daría un par de regaños y golpes. Si ya cuando era un poco más joven y las canas apenas se distinguían de su cabello era alguien estricto, no quería imaginarme lo que me esperaba ahora que todas las personas que una vez conocí eran más estrictas. La senilidad afecta.
Llegué a la puerta, quizás la única con barniz; una puerta de cedro reforzada con el mismo color, con un picaporte dorado, quizás única en todo el edificio. Al viejo le gustaban ese tipo de cosas. Suspiré y cerré los ojos, antes que nada, tenía que prepararme mentalmente para recibir los azotes verbales y físicos. Estiré un poco la mano para tomar la perilla y sentí una ligera brisa. Comencé a abrir los ojos y pude ver una túnica negra frente a mí. No pude reaccionar cuando recibí un golpe en la cabeza.
- ¡Idiota! – gritó una voz profunda y grave, la voz más familiar de todas para mí. No era nadie más que mi querido tío, y era una lástima que fuera tan golpeador. Repetidas veces la palma de su mano impactó con mi cabeza mientras intentaba cubrirme, apenas podía responder con uno o dos “no”, con los ojos fuertemente cerrados mientras iba retrocediendo por el avance conjunto a los golpes, encogiéndome cada vez más. No podía pegarle al viejo, y ya extrañaba aquellos maltratos así que solo disfruté.
De un momento a otro cesó y sentí como su cuerpo se pegaba al mío. Como sus brazos me rodeaban en un cálido abrazo, como si ya no fuera suficiente la elevada temperatura atmosférica de la aldea. Abrí los ojos y no vi nada más que una ventana a varios metros frente de mí. Sentí un olor a tabaco y colonia barata, a alcohol; sentí un cuerpo débil y frágil apoyándose en mí. Por fin la parte que me gustaba. Un poco de cariño de mi tío, que a pesar del estado en el que lo describí, aún podría acabar conmigo fácilmente. Disfruté del breve momento. Cerré los ojos…
¡Zas!
Otro golpe. El viejo se despegó de mí y me miró serio, con una cara de infelicidad y amargura, como casi siempre se le solía ver. Me quejé nada más y me puse a acariciar la parte golpeada por él, realmente tenía una mano firme, aunque arrugada, por ley las manos huesudas son las que más dolor provocan, y más si hablamos de un miembro del clan Kaguya.
- ¡Hola, tío! – dije alegremente mientras seguía frotando mi mano de un lado a otro.
- ¡Qué hola ni qué nada! – contestó frunciendo el ceño - ¿dónde has estado? ¿Te piensas que puedes irte así como si nada y regresar de la misma forma?
- Eh… Ni idea, y, también, ni idea – contesté. El viejo se enojó por mi respuesta y volvió a darme un golpe. Me quejé.
- Idiota… Menos mal que estás bien… - suspiró.
- Y tú… Y espero que Ryu… - dije serio, dejando de acariciarme y mirándolo fijamente a sus ojos que veían hacia el suelo. - ¿Cómo está él?
- En perfecto estado… Pero sin recuerdos de ti… Verás… - tragó saliva.
- Tranquilo, ya me lo han dicho. Concuerdo en que es lo mejor. Siempre tomas las mejores decisiones.
- ¡Guau! – exclamó - ¿¡Quién eres, y qué has hecho con mi sobrino!? ¡Él nunca diría eso, y menos me haría caso!
- No te acostumbres… Es por mi hermano. – el viejo rió.
- Está bien… Muchacho… - dijo mientras comenzaba a hurgar en uno de los bolsillos de su túnica. Sacó un par de papeles de ella, bien envueltos y atados con una cinta roja – Como sabes, no sabemos qué ocurriría si Ryu se llega a enterar de quién eres en realidad, por eso, preparé apenas desapareciste un par de documentos falsos… - me ofreció el papel y lo tomé dudoso – Cuídalos bien. Nadie revelará tu identidad por aquí, así que cuidado en el exterior. Ahora eres simplemente Apos Kaguya, Gennin de veintiocho años que ha vuelto a la aldea después de diez años, nadie más ni nadie menos. – aclaró su garganta mientras veía el papel aún cerrado, me observó con una ceja arqueada - ¿Alguna pregunta, muchacho?
- No… Sólo quiero mi siguiente misión. – el viejo nuevamente rió, con una risa rara y pausada, podría decirse que forzada.
- No tan rápido, Gennin. No has estado en diez años. La misión que se te dio fue por no tener equipo y para probar tus habilidades. Se te asignará un equipo antes…
- ¿Equipo?
- Sí. Equipo. – sacó otro papel de su túnica, ¿qué clase de broma era? – Y no creo que dudes en entrar en éste. Tu hermano es un Jounnin, quien también ha vuelto de una larga ausencia, siendo el único libre y sin equipo para entrenarte, y has sido asignado para formar parte de su primer equipo, todo por intervención del mismo Kazekage y en parte, mía. Es algo tanto del destino como intencional. ¿Debo explicarte detalladamente lo que tienes que hacer?
- No… Simplemente debo ser un ninja nuevo. Otra persona frente a mi hermano, para que nada malo le suceda. No revelar mi identidad… Algo tan sencillo como actuar y mentir descaradamente, algo que no me gusta, pero... – pausé.
- Todo por el bien de tu hermano… – añadió el viejo - ¡Qué también es otro vagabundo como tú! – me golpeó fuertemente en la cabeza y me hizo irme de costado, comenzó de nuevo con un cruel ataque - ¡¡Vete ya que llegarás tarde a su encuentro!! ¿¡Qué no quieres ver a tu hermano!? ¡Mueve ese flojo trasero!
- ¡Au! ¡Está bien! ¡Ya basta! – dije alejándome de él. Paré varios metros más adelante y le sonreí, alcé la mano a modo de despedida - ¡Gracias, tío!
- ¡Muévete pedazo de ignorante semi-analfabeta! – gritó agitando su brazo.
Lo perdí de vista mientras corrí hasta la salida, chocándome contra todo lo que pudiera llamarse pared. Salí despedido por la puerta de entrada y me estabilicé justo en frente de aquél shinobi que me había permitido pasar más temprano. Me miro, serio, pero burlándose en el interior. Le vi de reojo y me limpié el tapado, palmeándolo y haciendo volar una gran cantidad de partículas de polvo. Tosí, y lo miré con seriedad, aunque sereno y calmado, como siempre.
- ¿Dime, sabes algo de Ryu? – pregunté.
- ¿Seguro quieres saber? – contestó a modo de pregunta con una voz de ultratumba.
- S… Sí… - contesté, me había recorrido una sensación horrible en la espina.
- Pues… Recién ha estado aquí, dijo que te dijéramos a ti y al otro que estaría por uno de los edificios de la aldea.
- Genial… Te lo agradezco. – contesté. Le sonreí y acerqué mi mano para darle un apretón, este correspondió a mi acto de buena fe con una sonrisa, al parecer algunos de los gigantones sí tenían sentimientos guardados, o un poco de amabilidad dentro.
- Por nada…
- A la próxima invito las cervezas… - dije soltando su mano y alejándome a gran velocidad.
Así es como terminé caminando por este techo. Pasó una hora, y todavía ni rastro de Ryu. Quizás no lo reconocería jamás, ¡habían pasado diez años! Di un par de pasos más hasta una pared, recostándome en ella. Producía una hermosa sombra, por no decir que tenía una especie de techito de madera que dejaba pasar algunos rayos de luz por entremedio, aunque nada de qué preocuparse. Me deslicé por la pared hacia el suelo, estaba cansado después de aquella misión con el gigantón y la rubia… Suspiré ya abatido en el suelo. De momento no podía avanzar mucho más, menos con la ropa que había escogido y tenía limpia (una playera negra con mi chaqueta del mismo color, desprendida, un pantalón y zapatos, no los utilizados tradicionalmente por los shinobi, sin mucha ventilación), sólo sabría Dios qué se le había ocurrido a mi hermano menor al no concretar un punto de reunión en específico. Alcé la cabeza y observé el techo. Vi parte del sol por un segundo y mi vista no lo soportó, los cerré y desvié mi rostro. Veía una especie de círculo entre rejas negras, de todos colores, en un fondo negro. Esos extraños efectos de la luz. Esperé un segundo a no ver nada más y abrí los ojos. Una figura estaba frente a mí, de espaldas. Podía ver que su cabello y sus ropas eran de color blanco… ¿Sería Ryu?
No podía distinguir bien. Parpadeé un par de veces pero aún me estorbaba aquella cosa rara en mis ojos por mirar al sol. Un pequeño dolor en la cabeza hizo que me estremeciera en silencio mientras me levantaba casi instintivamente, tambaleándome, pero sin hacer ruido, moviéndome sobre mí mismo. Hice un inaudible chistido mientras me acercaba lentamente a aquella figura, con el brazo extendido, dirigido hasta su hombro. La insolación me estaba afectando un poco más de lo debido. Parpadeé. Pude cerciorarme de que era un cabello plateado lo que veía. Mi mano estaba a pocos centímetros de su hombro.
- Ryu… - balbuceé en alto, quería que me escuchara y se diera vuelta, quería cerciorarme de que fuera él.
Mi cabeza dio vueltas. Mi vista y mi mente se nublaron. Necesitaba un segundo de reposo. Chisté y me dejé caer un poco. Si llegaba a apoyarme en aquél sujeto no caería de rodillas en el suelo. Esperaba más que fuera la primera opción que la segunda.
Si había cosas que podía maldecir en este mundo, sería una de ellas el sol, o mejor dicho, el desierto.