La misión por fin había sido entregada; luego de hablar un buen rato con Kaien, llegó el encargado de las misiones Gennin. Era una persona que realmente no conocía, y sin poder identificarle correctamente y ni siquiera poder entablar una presentación o dar un amigable saludo, me entregó un papel arrugado, ni siquiera enrollado como un pergamino, una realmente mala presentación para una misión, aunque fuese de para un rango tan bajo como el que tenía a mis veintinueve años. Aquellas letras manuscritas, con un trazo rápido y una separación entre caracteres poco legibles me complicaron la existencia por unos segundos en los que forcé la vista dolorosamente hasta poder reconocer bien cada letra y cada punto; podía distinguirse la poca preocupación por la caligrafía que poseía la gente en Sunagakure. Suspiré al leer, o adivinar finalmente el memorando. Lo peor que me podía tocar como primera misión. "Con que una misión de escolta, ¿eh?", pensé. Aquella persona me dijo que debía esperar aún a un Jounnin para que me guiara, debido al peligro que conllevaba la misión asignada. Con otro suspiro di un par de pasos presionando la hoja y arrugándola más aún entre mi cintura y mi mano, me apoyé en la pared bruscamente dejando que mi cabello bailara por un segundo, con un aire de hastío, aunque con una sonrisa y una mirada que irradiaban pura paz y serenidad. Apoyé un pie en la pared, una pequeña mancha más no le haría nada y comencé a juguetear con él en señal de impaciencia mientras observaba a aquél sujeto. Kaien no articulaba palabra, y al no hablarme desde que aquél había aparecido, hice lo mismo. Simplemente le miraba escribir y ordenar, casi de forma automatizada, una gran cantidad de rollos que seguramente contenían las misiones serias y más importantes.
Pasaron diez minutos antes de que sintiera como se abría la puerta. La posición en la que estaba, justo al lado de ésta, me permitió ver de quien se trataba. Ni idea. Pero era obvio que era un Jounnin debido a su característico chaleco de color beige, pero lo más impresionante en aquél hombre, era su musculatura y su altura. Entró con la cabeza baja por la puerta, y erguirse, su metro noventa y siete (aproximado) me hizo sacar el pie de la pared y adoptar una posición casi militar por algo similar al miedo. Una reluciente calva, y unos brazos desnudos cubiertos de vello y venas, unos pectorales que parecían saltar de una playera negra y unos pantalones ajustados que no hacían más que resaltar más músculo, un auténtico mastodonte humano, que hacía parecer a Shinji un enclenque, y también la tupida barba que tenía hasta la clavícula hacía que mi antiguo Sensei pareciese un pre-adolescente promiscuo. Su voz áspera y profunda hizo que el vello de la nuca se me erizara con rapidez, conjunto a sus ojos grandes y absolutamente negros, viendo a través de mí como yo a través de él, un vacío sin alma que quería arrancar la pureza mía.
- Así que eres tú quien vendrá... Bien, vámonos. - fueron las únicas palabras que el Jounnin dijo, marchándose de inmediato de la sala. ¿Podría acaso ser aquél sujeto más tétrico? Parpadeé un par de veces antes de moverme, salí de la habitación y recordé que Kaien se encontraba dentro, y volviendo hasta la puerta, sosteniéndome del marco de madera, sacudí la mano en señal de despedida y de inmediato me volví a seguir la sombra del gigante que podía verse claramente luego de que dobló el pasillo. Impulsándome con la pared para tomar mayor velocidad a la hora de correr hasta el Jounnin, logré colocarme detrás de él. Ocupaba casi toda la reducida extensión de el pasillo. Casi sentía que cada paso hacía que temblaran los cimientos del edificio, y hasta podía asegurar que veía y sentía arenilla cayendo desde el techo. Iba tragando saliva, con miedo a hablar de forma innecesaria y recibir un golpe. Aquél guía que me habían asignado parecía un auténtico gorila descerebrado.
Salimos por fin de el edificio. Hacía el mismo calor en aquél lugar, y sudaba más que antes por los nervios de estar con aquél Jounnin. No se había presentado, no había hecho nada más que darme una orden, y yo lo seguí desde atrás sin reprenderle por su falta de educación al ni siquiera presentarse, pero, "no había necesidad en tales circunstancias", o simplemente no quería ser golpeado por uno de aquellos brazos colosales y exageradamente marcados. Su piel realmente relucía, parecía que se había untado aceite corporal. Veía las marcas entre el cuello y su calva, el sudor marcado en su espalda, y, para mi gran fortuna su trasero estaba cubierto por una especie de bolsa. Ya de por sí era desagradable verle. Suspiré y cubrí mi cabeza con el tapado y el cuello, cubriendo casi todo mi rostro y comencé a caminar al lado del Jounnin que me habían asignado, un poco por detrás, viendo el movimiento de su brazo y una de sus manos que estaba, también como la otra, cubierta por un guante de cuero sin dedos. Era curioso ver como cada tanto abría y volvía a cerrar su mano, como si fuera un tic nervioso. La misión era una escolta personal, pero seguramente no era para este animal, fácilmente podría apañárselas contra mi padre y media banda entera de éste antes de que el líder decidiera usar su Kekkei Genkai y acabar con él, no sobreviviría a ello por más músculo y chacra que pudiera ser él.
Caminamos por varios minutos sin decir ni una palabra. No entendía aún por qué no habíamos comenzado a correr, quizás querría ahorrar energías, o era una persona como yo que prefería caminar. Ya habían dos cosas en común que teníamos, la soledad era la primera, y la segunda, era la saludable actividad de caminar. Observaba el camino directo, al igual que el Jounnin. Podían verse a lo lejos ya la montaña que definía el lugar donde se encontraba el cementerio de Sunagakur. Nada nos había distraído hasta aquél momento en el que pasaron cuarenta minutos y frenamos en seco frente a una tumba agrietada y con una extraña maleza, y unas extrañas flores que habían crecido naturalmente y eran raras de ver de color blanco. Di un par de pasos más hasta poder distinguir bien lo que decía aquella vieja tumba. Lo único que distinguí, por quién sabe qué acción subconsciente o del destino, fue el apellido de mi madre. Un leve dolor comenzaba a aparecer en mi cabeza. ¿Sería que me desmayaría pronto frente a aquél mastodonte insensible sin poder cumplir mi misión?
- ¿Qué clase de broma de mal gusto es ésta? - reproché, serio, formando un puño y apretándolo con furia. Fue la única frase que rompió el perfecto silencio, la paz y la armonía del corto viaje que tuvimos conjunto al Jounnin, creando un aire de pura tensión. La sangre me hervía. ¿Qué clase de escolta era ésta? ¿Por qué, justamente habíamos parado en la tumba de mi madre? El dolor comenzaba a crecer. Empezaba a perder fuerzas... No podía dejar que eso pasara. Tomé aire. Me calmé. El dolor iba desvaneciéndose progresivamente, así como toda la ira que sentía en aquél momento. Estaba ofendido. Me quedé quieto, frente a la tumba de mi madre. Observé a los pies de la piedra tallada, y habían unas flores en la base, presionadas por una piedra. Claveles. Sus favoritos. Difíciles de encontrar en Sunagakure. ¿Él las habría puesto? ¿Habría sido mi hermano? ¿Mi padre? ¿Mi tío? ¿Quién? Aún no recibía ni una palabra del Jounnin. - Quiero una respuesta. Ahora. - dije desafiante, girando la cabeza y observándolo a los ojos. Rojo contra negro. No tenía miedo ya del Jounnin, solo quería una respuesta clara y volver con la misión. En ese instante necesitaba saber el por qué me encontraba en aquél preciso lugar. ¿Sería solo una broma cruel y de mal gusto del destino?
- Kaguya... - se escuchó su profunda voz nuevamente.
- Ke... - "llar"; frené en seco antes de decir el apellido que había estado usando los últimos años. Sería mejor no usarlo por el momento, y seguir con el Kaguya de mi padre, de mi clan, por más desprecio que le tuviera en aquél momento. Era lo mejor, para Ryu, y para mí. Al cerrar mi boca el mastodonte hizo una mueca, algo similar a una sonrisa. Él sabía bien lo que pasaba, y vio que yo también lo había comprendido. Me di la media vuelta y quedé parado, viéndolo cara a cara. Aún con una mirada levemente desafiante, con un poco más de respeto. Algo me decía que al final, todos estos grandulones resultaban ser unos blandos. Estaba dispuesto a escucharlo. Una leve brisa sopló, moviendo mi tapado, mi capucha, haciendo bailar mi cabello, haciendo que pequeños granos de arena golpearan en mi ropa, entre mis dedos. Esperé una respuesta elaborada. Esperé que todo fuera una broma del destino.
Pasaron diez minutos antes de que sintiera como se abría la puerta. La posición en la que estaba, justo al lado de ésta, me permitió ver de quien se trataba. Ni idea. Pero era obvio que era un Jounnin debido a su característico chaleco de color beige, pero lo más impresionante en aquél hombre, era su musculatura y su altura. Entró con la cabeza baja por la puerta, y erguirse, su metro noventa y siete (aproximado) me hizo sacar el pie de la pared y adoptar una posición casi militar por algo similar al miedo. Una reluciente calva, y unos brazos desnudos cubiertos de vello y venas, unos pectorales que parecían saltar de una playera negra y unos pantalones ajustados que no hacían más que resaltar más músculo, un auténtico mastodonte humano, que hacía parecer a Shinji un enclenque, y también la tupida barba que tenía hasta la clavícula hacía que mi antiguo Sensei pareciese un pre-adolescente promiscuo. Su voz áspera y profunda hizo que el vello de la nuca se me erizara con rapidez, conjunto a sus ojos grandes y absolutamente negros, viendo a través de mí como yo a través de él, un vacío sin alma que quería arrancar la pureza mía.
- Así que eres tú quien vendrá... Bien, vámonos. - fueron las únicas palabras que el Jounnin dijo, marchándose de inmediato de la sala. ¿Podría acaso ser aquél sujeto más tétrico? Parpadeé un par de veces antes de moverme, salí de la habitación y recordé que Kaien se encontraba dentro, y volviendo hasta la puerta, sosteniéndome del marco de madera, sacudí la mano en señal de despedida y de inmediato me volví a seguir la sombra del gigante que podía verse claramente luego de que dobló el pasillo. Impulsándome con la pared para tomar mayor velocidad a la hora de correr hasta el Jounnin, logré colocarme detrás de él. Ocupaba casi toda la reducida extensión de el pasillo. Casi sentía que cada paso hacía que temblaran los cimientos del edificio, y hasta podía asegurar que veía y sentía arenilla cayendo desde el techo. Iba tragando saliva, con miedo a hablar de forma innecesaria y recibir un golpe. Aquél guía que me habían asignado parecía un auténtico gorila descerebrado.
Salimos por fin de el edificio. Hacía el mismo calor en aquél lugar, y sudaba más que antes por los nervios de estar con aquél Jounnin. No se había presentado, no había hecho nada más que darme una orden, y yo lo seguí desde atrás sin reprenderle por su falta de educación al ni siquiera presentarse, pero, "no había necesidad en tales circunstancias", o simplemente no quería ser golpeado por uno de aquellos brazos colosales y exageradamente marcados. Su piel realmente relucía, parecía que se había untado aceite corporal. Veía las marcas entre el cuello y su calva, el sudor marcado en su espalda, y, para mi gran fortuna su trasero estaba cubierto por una especie de bolsa. Ya de por sí era desagradable verle. Suspiré y cubrí mi cabeza con el tapado y el cuello, cubriendo casi todo mi rostro y comencé a caminar al lado del Jounnin que me habían asignado, un poco por detrás, viendo el movimiento de su brazo y una de sus manos que estaba, también como la otra, cubierta por un guante de cuero sin dedos. Era curioso ver como cada tanto abría y volvía a cerrar su mano, como si fuera un tic nervioso. La misión era una escolta personal, pero seguramente no era para este animal, fácilmente podría apañárselas contra mi padre y media banda entera de éste antes de que el líder decidiera usar su Kekkei Genkai y acabar con él, no sobreviviría a ello por más músculo y chacra que pudiera ser él.
Caminamos por varios minutos sin decir ni una palabra. No entendía aún por qué no habíamos comenzado a correr, quizás querría ahorrar energías, o era una persona como yo que prefería caminar. Ya habían dos cosas en común que teníamos, la soledad era la primera, y la segunda, era la saludable actividad de caminar. Observaba el camino directo, al igual que el Jounnin. Podían verse a lo lejos ya la montaña que definía el lugar donde se encontraba el cementerio de Sunagakur. Nada nos había distraído hasta aquél momento en el que pasaron cuarenta minutos y frenamos en seco frente a una tumba agrietada y con una extraña maleza, y unas extrañas flores que habían crecido naturalmente y eran raras de ver de color blanco. Di un par de pasos más hasta poder distinguir bien lo que decía aquella vieja tumba. Lo único que distinguí, por quién sabe qué acción subconsciente o del destino, fue el apellido de mi madre. Un leve dolor comenzaba a aparecer en mi cabeza. ¿Sería que me desmayaría pronto frente a aquél mastodonte insensible sin poder cumplir mi misión?
- ¿Qué clase de broma de mal gusto es ésta? - reproché, serio, formando un puño y apretándolo con furia. Fue la única frase que rompió el perfecto silencio, la paz y la armonía del corto viaje que tuvimos conjunto al Jounnin, creando un aire de pura tensión. La sangre me hervía. ¿Qué clase de escolta era ésta? ¿Por qué, justamente habíamos parado en la tumba de mi madre? El dolor comenzaba a crecer. Empezaba a perder fuerzas... No podía dejar que eso pasara. Tomé aire. Me calmé. El dolor iba desvaneciéndose progresivamente, así como toda la ira que sentía en aquél momento. Estaba ofendido. Me quedé quieto, frente a la tumba de mi madre. Observé a los pies de la piedra tallada, y habían unas flores en la base, presionadas por una piedra. Claveles. Sus favoritos. Difíciles de encontrar en Sunagakure. ¿Él las habría puesto? ¿Habría sido mi hermano? ¿Mi padre? ¿Mi tío? ¿Quién? Aún no recibía ni una palabra del Jounnin. - Quiero una respuesta. Ahora. - dije desafiante, girando la cabeza y observándolo a los ojos. Rojo contra negro. No tenía miedo ya del Jounnin, solo quería una respuesta clara y volver con la misión. En ese instante necesitaba saber el por qué me encontraba en aquél preciso lugar. ¿Sería solo una broma cruel y de mal gusto del destino?
- Kaguya... - se escuchó su profunda voz nuevamente.
- Ke... - "llar"; frené en seco antes de decir el apellido que había estado usando los últimos años. Sería mejor no usarlo por el momento, y seguir con el Kaguya de mi padre, de mi clan, por más desprecio que le tuviera en aquél momento. Era lo mejor, para Ryu, y para mí. Al cerrar mi boca el mastodonte hizo una mueca, algo similar a una sonrisa. Él sabía bien lo que pasaba, y vio que yo también lo había comprendido. Me di la media vuelta y quedé parado, viéndolo cara a cara. Aún con una mirada levemente desafiante, con un poco más de respeto. Algo me decía que al final, todos estos grandulones resultaban ser unos blandos. Estaba dispuesto a escucharlo. Una leve brisa sopló, moviendo mi tapado, mi capucha, haciendo bailar mi cabello, haciendo que pequeños granos de arena golpearan en mi ropa, entre mis dedos. Esperé una respuesta elaborada. Esperé que todo fuera una broma del destino.